Un adolescente ingresado en un reformatorio por un robo recuerda su vida cotidiana en uno de los barrios bajos de Londres, su pobreza y la inevitable caída en la pequeña delincuencia que le conduce a la cotidiana carrera huyendo de la policía. Recuerda igualmente cómo en el interior del centro se convirtió en la esperanza del director de la institución para hacer realidad su capricho de ganar una tradicional carrera de fondo para que le hizo entrenar con mimo. Al verse convertido en el caballo favorito de alguien tan ajeno a sus problemas diarios y su escala de valores, el joven decide dar prioridad a su idea de la honestidad sobre la del director y darle donde sabe que más le duele: el día de la carrera demuestra que es el mejor sacándoles a todos una gran ventaja, pero a escasos cien metros de la meta se detiene y deja que le sobrepasen. Sabe que eso va a suponer que le den muy mala vida durante los seis meses que le quedan de condena, pero lo prefiere. Esa actitud es la conclusión a la que llegó su mente después de experimentar, durante los múltiples entrenamientos anteriores a la carrera, lo que él llama la soledad del corredor de fondo.
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